A la larga lucha contra el hambre en Malaui se une ahora el coronavirus


Malaui es un país amable y de gente cálida que trata de llevar con alegre resignación su difícil día a día. Golpeadas por el hambre, las sequías y los desastres naturales, las comunidades campesinas buscan la forma de garantizar su alimentación en un contexto agravado por el coronavirus.

En Malaui es "normal" pasar hambre, comer una sola vez al día y comer solo nshima, una papilla de harina de maíz. Su economía se basa en una agricultura sujeta al clima –si llueve, se come y si no, no– y en un pequeño comercio de trueque en el que el valor de cambio es un saco de maíz. Por ello, cuando el coronavirus llegó al continente y el gobierno decretó el confinamiento hubo un Juez que lo levantó, porque dijo que "era mejor morirse de coronavirus que de hambre". 

La situación del país frente a la pandemia es preocupante: su alta densidad de población –una de las más altas de África–, lo débil de su sistema sanitario –dos médicos cada cien mil habitantes– y una población migrante en pleno retorno desde Sudáfrica –el país africano más castigado por la Covid–, hace que los presagios no sean buenos.

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